top of page

Gentilezas

Ni si quiera le gustaba el té, pero es consabido, ¿no? que las bolsitas de manzanilla deshinchan los ojos que han llorado.

 

Ese día no había ido a trabajar porque era feriado, de esos que nadie sabe de dónde salieron y que bendice a la mitad de la población. Se puso su ropa de paseo favorita, y usó el tono labial color “Intense Spring” y fue con Motti al parque.

 

Llegado al punto favorito de Motti, Laura lo liberó de sus correas. Era uno de esos días de sol brillante, como reflectante. Su pelaje estaba en su esplendor, realmente todos debían estar impresionados. “¿Cómo eres tan blanquito, niño?”, lo llamaba y lo acariciaba Laura. Ese día le había puesto su look naranja; correa, plaquita y collar naranja. (Ah, checa este bonito googleazo)

 

En el parque, sentada en su banca Laura veía cómo Motti jugaba con mordidas amistosas con otros perros, aunque de repente los otros animalitos minúsculos y ridículos, de esos que entran en los bolsos de las modelos millonarias, soltaban aullidos de dolor. "Qué chillones", pensó, “solo está jugando”. La dueña de uno de esos enclenques empezó a gritarle cosas y ella francamente no estaba de humor, así que omitió cada una de sus palabras y se fue con Motti tan lentamente como pudo antes de aburrirse.

 

En el camino a casa maldijo todos los autos que no le dieron paso en los cruces, se molestó en silencio con los botaneros atravesados y con la señora del puesto de revistas, que abusaba y parecía creer que la acera era para ella y sus ventas.

 

Pasaba cerca de una construcción justo en el momento tétrico en el que unos obreros que trabajaban en la plataforma vaciaron sin querer una pintura verde.

 

 

 

 

​

​

​

De cómo Laura conoció a  su héroe, o al menos a un héroe.

(El mundo desde el verde horrososo)

​

La pintura le cayó tan encima como se podía, parecía mentira. Furiosa, se tapó la cara con las manos cerradas en puños, esto era demasiado.

 

Sentía la trayectoria del líquido, chorreaba verde, escupía verde y el pobre Motti se veía como una bestia asquerosa. Su pelaje blanquito nieve estaba amarillo-verdoso, su sedosidad estaba opacada por líquido seco y aglutinado. Gritó a los obreros y claro Motti también ladraba, tan dulcito, protegiendo a su mamá.

 

Recostado hacia una pared la miraba Juan, un muchacho de unos 12 o 14 años, con esa cara de sorpresa y dolor que uno pone cuando se cae un celular, como viendo si se rompió o no. Al mirarlo, Laura torció los ojos irritada, pero imaginó que probablemente en unos quince años sería muy guapo, aunque pensar en eso ahora sonaba medio perverso e inútil. Daba igual.

 

Juan seguía mirándola y Laura propinó:

—¡Oye, tú, pervertido y ocioso!, ¿qué tanto miras, cuéntame, te divierto? ¿No crees que deberías estar ayudando mejor? ¡Qué gran utilidad tú, mirando este show!

 

Juan se acercó a ella arrastrando los pies y le extendió su revista para que se quitara el exceso de pintura, pues no tenía otra cosa a la mano. Laura se la quitó y al limpiarse advirtió que estaba llena de fotos mujeres desnudas, ¿podría todo ser un poquito más vergonzoso y más ridículo?

​

 

Existen los héroes, tienen auto, checa:

​

Laura le gritó y le lanzó la revista por la cabeza. El joven se reía a carcajadas hasta que alguien lo calló y lo regañó. Era un hombre en un traje y ojos café clarito, se acercó a ella y le ofreció ayuda. Era inútil, se sentía humillada, “No, gracias”, pero el hombre insistió.

—¿Tiene auto? —apenas moduló Laura en su necesidad.

—Sí, permítame llevarlos a su casa, tengo unos minutos, venga conmigo.

​

Laura titubeó, realmente quería esconderse detrás de un árbol, tornar el mundo verde y camuflarse, pero realmente era más humillante caminar a casa en esas condiciones, tan maltratada, así que aceptó ir en su auto.

​

Camino a su casa el hombre hablaba de la desprolijidad de los obreros, de cómo es posible y otros reclamos. Ella trataba de no moverse y paralizar a Motti para ensuciar el auto lo mínimo posible.

—Deberíamos reportar este tipo de cosas, ¿sabe? No es la primera vez que veo cosas así. Las constructoras ensucian, abusan, obstruyen el paso y nosotros nos quedamos callados. Podemos hacer una nota para el periódico, si gusta, la verdad es que…

—Doble a la derecha aquí, es más corto.

“Señorita”, “lamentable”, “vamos a”, escuchaban sus oídos entre el zumbido de la vergüenza. Ella se limitaba a apretar esa llave en sus manos para no bien sus pies pisaran la tierra esa pieza mágica pudiera separarla del mundo exterior y sus obreros y sus héroes.

​

Cuando al fin frenaron, Laura abrió la puerta y saltó con la misma fuerza que Motti, expulsándose del auto. “Ajá, sí, adiós”, y su dulce llave giró velozmente, escondiéndola al fin.

 

Al entrar a casa no se preocupó por liberar a Motti de sus correas y ataduras coloridas. Tal como estaba se sentó sobre la mesa con las manos tapándose y frotándose los ojos y la frente. Con el tacto de sus dedos por su cara sintió cómo la pintura seca se transformaba en bolitas y tiritas de suciedad.

 

Y con el movimiento y la creación de las tiritas, sus pensamientos se desanidaban. No le agradeció, no le dijo nada. Fue una gentileza hacia él, sí, ¿no?, fue su forma de agradecerle el ride, pues claramente le ahorró al hombre el trabajo de despacharla del auto, o pedirle el teléfono, o comprometerse con algo o seguir hablando sobre la supuesta nota del periódico que podrían escribir.

​

Se quedó un rato así, helada, tan inmóvil como se puede. Hasta que se paró, se lavó la cara y prendió el fuego de la tetera.


Ni si quiera le gustaba el té, pero es consabido, ¿no?

​

​

​

Al margen o posdatita:

​

​

​

bottom of page