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El mayor arrepentimiento

En Chile tienen la expresión perfecta para lo que hizo: devolvió anillo. Estaba comprometida hace poco, empezaba recién a pensar a imaginar cómo podría ser la boda, recreaba en su mente ya adulta las fantasías que desde niña tenía en lo más profundo del inconsciente. Trataba de mezclar el príncipe azul que se parecía a Erik de la Sirenita con Bernardo, su prometido de la vida real.

 

Estaba tan feliz, intoxicada de alegría, gordita y llenita de ilusiones. Hasta que le llegó por las malas lenguas, ergo por Susana Henriquez, su archienemiga, que disque había visto a Bernardo saliendo de un motel con una pelirroja.

 

Laura le gritó a los cuatro vientos que era una cisañoza, que se dejara de inventar para arruinar la vida de la gente y otros insultos. Pero apenas pudo escondió su cara, fue al automac y se estacionó ahí mismo, gastó todas las servilletas con la lloradera y los mocos. Aún puede evocar cómo sabían esas papas fritas con una mezcla horrorosa de baba, lágrimas y una patada de traición en la barriga.

 

Han pasado ya, a ver, 11 años desde ese momento. Laura a veces los sábados temprano, en esos momentos de inacción que se llenan involuntariamente de melancolía, aún se pregunta qué hubiese pasado si no se hubiese obsesionado por descubrir la verdad. “La verdad”. Esa cosa sobrevalorada.

 

Siempre se quedó con la idea de que quizás la vida pudo haber sido distinta. Quizás si hubiese hablado con él podrían haber arreglado las cosas. O quizás pudo haber cambiado ciertas actitudes para reconquistarlo, para hacerle olvidar y dejar a esa pelirroja que ahora, mierda, es su esposa. Se quedó con Erik y con el anillo y la boda de sus ilusiones infantiles.

 

 

 

 

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De cómo Laura podría estar casada ahora mismo

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