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Mi soltería:
te la regalo

Si te sientes cansada del matrimonio, te ves vencida por la monotonía, ven, tuya es, te paso sin chistar, mi soltería. Pensaba Laura que en un tris cambiaría puestos casi con cualquiera. Casi, claro, pero realmente casi.

 

Y es que los recuerdos esos que te arma Facebook te parten el alma. Ves que hace X años estabas con X amigos. Echas un vistazo al perfil de cada uno y ves a tu amigo o amiga sonriente, pegando la cara o siendo abrazado/a por otra persona. En cambio a Laura le toca poner en su foto de perfil un selfie agraciado, quizás uno donde muestre un nuevo corte de cabello o esté de viaje en un lugar paradisíaco, eso para lograr likes de amigos silenciosos y lograr unos cinco a diez comentarios de amigas, siempre solo mujeres, que te dicen que estás preciosa, que qué bella y así.

 

En el FB de los demás te das cuenta de que el mundo parece haber sido invitado al eventazo o paso social de la década que es casarse y a ti como que no te invitaron. Ves a tus amigas, enemigas, hasta a tu archienemiga Susana Henriquez, y están todas con hijos o como muy poca cosa casadísimas. Miras todo eso y volteas a Motti con ojos de amor, pero de amor incompleto; pues la verdad es que no es suficiente.

 

Cuánto daría Laura. Cuánto daría por ALGO de ese mundo de casados. Ni si quiera se anima a pensar o desear los manjares del amor; el sentirse amada, segura, el avanzar juntos en pasos firmes como migraciones, mudanzas, maternidad, etc. Piensa humildemente si quiera en la contracara. Hasta lo peor le es deseable; cuánto daría por pelear por el control de la tele, por reclamarle porque dejó la ropa tirada, poder lamentar que se olvidó del aniversario u otras tonterías.

 

Cuánto daría para poder sufrir del amor. Nada podría ser peor que la carencia.

De cómo Laura cambiaría lugares

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