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Gracias a Dios

Gracias por esa foto, parecía decir el interior de Laura al vasto mundo.

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Ella estuvo allí. Ok, sin un vestido amarillo sensacional y sin Ryan Gosling o algún novio o pretendiente. En verdad tampoco estaba ni ha estado nunca tan flaca como Emma Stone ni su pelo tan rojo y precioso. Pero sí, vaya que sí, sí pidió a múltiples extraños que le tomaran fotos, en ellas coqueteó, imitó un poco las poses y nada de nada, su foto no lucía así.

 

Ahora lo entendía, eran los colores. Laura cuando estuvo en ese observatorio en Los Ángeles esperó el atardecer, pero claro, de verdad que no había forma ni manera de lograr una imagen similar. Era como usar un font distinto. Su amor de película se escribe como con un Garamond maravilloso y ella su soltería era como de Comics Sans MS, pero sin lo divertido.

 

Y es triste, porque justo lo que le gusta de La La Land es que es realista, el chavo y la chava no terminan juntos, es como la vida misma, pero claro, vida mejorada, igual vida hermosa y llena de atardeceres coloridos, flacura y pasos de baile.

 

La verdad es que si su vida fuera una película estaríamos los espectadores parados tras los primeros 20-25 minutos. En la parte en que se conoce el personaje y se avecina algo, algún cambio.

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En su película-vida estaríamos estancados viéndola en su cotidiana soledad. Vemos a Laura en el baño, Laura complicada medio agachada para buscar el otro papel higiénico porque no hay nadie a quién gritar para que venga, Laura tomando desayuno y lavando su cuchara y su bowl, y así. 

 

Veríamos a Laura y más nadie más que Laura. Y ya está. La veríamos en el cine riendo sola y anotando comentarios en redes sociales porque no hay un brazo que la rodee, ni una cabeza conocida a su lado que pueda recibir sus impresiones y creaciones.
 

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De por qué Laura un día cualquiera agradeció al cielo

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